Credibilidad en juego

Por fin, a las 9 horas y 12 minutos del 1 de agosto, Rajoy pronunció la palabra maldita. Desde que se supo que el ex tesorero tenía una cuenta en Suiza con dinero no declarado a Hacienda, el presidente no había pronunciado su nombre. Aún no sabemos por qué ha tardado seis meses en decir el apellido de la persona que ha acaparado la actualidad política desde el 17 de enero.

Rajoy reconoció su error al haberle mantenido en puestos de alta responsabilidad en el PP desde 2003 a 2010: «Me equivoqué. Lo lamento, pero fue así. Ahora sabemos que Bárcenas no merecía nuestra confianza».

¿Cuándo dejó de confiar en él? «Creí en su inocencia hasta que llegaron los datos de las cuentas en Suiza con dinero no declarado».

Después negó la veracidad de los papeles de Bárcenas: «No ha habido doble contabilidad. Sueldos, sí. Anticipos, sí. Complementos, sí». Para añadir después: «Siempre he declarado todos mis ingresos».

Luego, en su réplica a Rubalcaba, afirmó: «No tengo constancia alguna de que mi partido se haya financiado ilegalmente». Y sobre los sobresueldos remarcó: «Siempre he cumplido mis obligaciones con Hacienda».

Me detengo aquí porque ésa es la esencia de los papeles de Bárcenas: financiación irregular y sobresueldos. Estos hechos, junto a la relación de Rajoy con el ex tesorero, son la esencia de la sesión parlamentaria de ayer, donde brillaron el propio presidente, Rubalcaba y Rosa Díez (sus 20 preguntas fueron como dardos envenenados).

Respecto a la primera cuestión, todos los portavoces resaltaron la contradicción entre lo afirmado por Rajoy y los SMS publicados por EL MUNDO en los que se pone de manifiesto que la relación se mantuvo al menos hasta marzo (dos meses después de conocerse las cuentas en Suiza). El presidente no pudo responder a la pregunta: ¿Qué significa «hacemos lo que podemos»? ¿Por qué no le mandó sencillamente a paseo, aunque fuera educadamente?

Rubalcaba respondió a esa pregunta: «Cuando dejó de ser fuerte –como le pedía Rajoy en uno de los SMS–, pasó a ser un delincuente». Es decir, cuando se rompió un supuesto «pacto de silencio».

Ése fue uno de los puntos débiles de una intervención bien construida sobre la base de que es quien acusa el que debe probar sus acusaciones y no a la inversa.

El otro punto débil fue la consideración de que lo que hay en los papeles de Bárcenas es una «colección de falsedades».

Como le recordó el líder del PSOE, los informes de la Policía demuestran una relación directa entre los ingresos de las supuestas donaciones en B y los ingresos troceados para blanquearlas en la cuenta del PP. Eso, al margen de los testimonios (Del Burgos, García-Escudero, etcétera) de los que reconocen que sí recibieron las cantidades reflejadas en la contabilidad B. No es creíble la preconstitución de una prueba con años de antelación en la que se introducen datos ciertos y, además, con el visado del ex tesorero Lapuerta.

Pero, ahí, Rajoy se ha dejado una puerta abierta para eludir su responsabilidad ante la posible demostración judicial de la existencia de donaciones en negro: «No tengo constancia alguna de que mi partido se haya financiado ilegalmente». Recordemos que Artur Mas acaba de responsabilizar en el Parlament al tesorero imputado de Convergencia de la responsabilidad del caso Palau.

Sobre el asunto de los sobresueldos, Rajoy no dijo que no los hubiera, sino simplemente que él ha cumplido sus «obligaciones con Hacienda». Fue el diputado Álvarez Sostres (Foro Asturias) el que dio una pista –de mucho valor, dado que Álvarez-Cascos es uno de los que supuestamente cobraban– al hablar de «productividades» y «complementos». Otra puerta abierta al reconocimiento de entregas de dinero en sobres a los máximos dirigentes del PP.

El presidente puso ayer toda su credibilidad en juego. Se jugó el todo por el todo. Porque, a pesar de esas puertas abiertas –que le permitirían refugiarse en la ignorancia–, si se demostrase que hubo sobresueldos o financiación irregular (cosa que le recordaron Duran–CIU– y Esteban –PNV–), no le quedará más remedio que dimitir.